Por Iván Andrés | TVGT Noticias
Martes 1 de julio de 2025
Este 4 de julio, mientras millones de estadounidenses celebran la independencia con orgullo, convicción y libertad, me pregunto con el alma apretada:
¿cuándo Guatemala volverá a levantar la frente con esa dignidad?
Porque el orgullo patrio no es un acto simbólico. Es un acto de carácter. Es defender lo que somos, proteger lo que tenemos y no avergonzarnos de lo que creemos. Eso es lo que hoy representa Donald J. Trump: un presidente que no le teme a la verdad, que no pide perdón por defender su bandera y que pone a su pueblo por encima del consenso internacional.
Decisión contra discurso
Trump regresó al poder para hacer lo que muchos temen: gobernar con firmeza. En seis meses, ha restablecido el respeto por la ley, ha blindado las fronteras, ha bajado impuestos y ha enterrado la agenda ideológica que dividía a los americanos.
Mientras tanto, en Guatemala, seguimos atrapados en el discurso vacío de la “transformación democrática”, que no transforma nada y que solo sirve para justificar la inacción.
Nos gobierna un académico que recita discursos de salón, llenos de victimización, diagnósticos repetidos y promesas huecas, mientras el país real —el país que madruga, que trabaja, que sufre— sigue de rodillas.
Vivimos una parálisis total, disfrazada de moderación.
Un gobierno que prefiere las palabras a los hechos, la teoría al coraje, el aplauso internacional a la acción interna.
Mientras la extorsión devora barrios enteros, el Estado se esconde.
Mientras la delincuencia se organiza, la autoridad titubea.
Y mientras el pueblo clama, el presidente sonríe en un viaje pagado con nuestros impuestos, ajeno al infierno que arde en su propia casa.
Compromiso con la ley vs. tolerancia al crimen
Lo que Donald Trump ha restituido en pocos meses es el principio esencial de toda república funcional: la ley se respeta y se hace respetar. La autoridad no se negocia, se ejerce. La soberanía no se entrega, se defiende. En Estados Unidos, el Estado está recuperando su rol como garante del orden y protector del ciudadano que trabaja, paga impuestos y cumple con la ley.
En Guatemala, en cambio, la respuesta institucional ante el crimen ha sido de tolerancia, de ambigüedad, o peor aún, de inacción. El ciudadano honesto se siente abandonado. El extorsionado denuncia en vano. La víctima espera justicia que nunca llega. El gobierno observa, calcula y guarda silencio, como si actuar con firmeza fuera políticamente incorrecto.
Guatemala no está condenada, pero está en coma
¿Hasta cuándo vamos a aceptar este letargo disfrazado de institucionalidad?
¿Hasta cuándo seguiremos siendo una nación que se deja manejar por intereses externos, por diplomáticos, por ONGs, por ideólogos que no viven aquí, que no entienden nuestro dolor, y que no pisan nuestras calles?
Guatemala no necesita un narrador. Necesita un presidente con coraje.
Uno que no le tiemble la voz, ni la mano, ni el alma.
Uno que no le tema a las cámaras, pero que sepa mirar de frente a su pueblo.
Este 4 de julio, que la libertad de otros nos despierte
El pueblo estadounidense tiene muchas razones para celebrar.
Tiene una historia de lucha. Una cultura de firmeza. Un presidente que no se rinde.
Nosotros, por ahora, solo tenemos el anhelo de algún día ser así.
Pero ese día solo llegará cuando dejemos de votar por los que agradan y empecemos a elegir a los que actúan.
Porque la patria no se construye con ideas bonitas. Se construye con decisiones valientes.
Que este 4 de julio sirva como espejo.
Y que ojalá, algún día, Guatemala vuelva a levantar la frente con esa dignidad.